El inigualable valor de una Biblioteca
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Candida Höfer. Biblioteca Real de Madrid |
Pero el hábito de la lectura y de la inquietud por el conocimiento empieza a practicarse desde el inicio de nuestra vida. Ver como un bebé de unos meses enseguida conoce la voz de sus padres o escucha la música de un carrusel y se emociona o relaja para dormirse, denota la capacidad del ser humano por aprender, investigar y conocer todo aquello que le rodea.
Pero volvamos a nuestra biblioteca. Es como mínimo alentador, que al entrar a una biblioteca, normalmente haya un silencio sepulcral, a pesar de la cantidad de gente que puede haber en ella. Unos están buscando libros sobre temas que les interesan, otros estudian, algunos leen tranquilamente y también los hay que analizan información en los ordenadores.
Entrar en un edificio repleto de miles o millones de libros y notar el paso del tiempo en todos esos volúmenes, imbuirse en el ambiente, oler y percibir todos los matices posibles es una sensación magnífica.
Asimismo, te preguntas por la cantidad de manos por las que habrán pasado a lo largo de su historia, desde que su autor los escribiera, todas esas vicisitudes por las que han transitado, de una familia a otra, a amigos, a trasladarse de ciudad, sobrevivir a conflictos y guerras, al odio a la cultura y a la imposición y la censura de muchos personajes a lo largo de la historia, le dan un valor incalculable a esos libros. Y muchos de ellos «han sobrevivido» gracias al tesón y a la valentía de personas que se jugaron la vida por ello, otros fueron donados y también los hay que fueron adquiridos. Pero todos por un motivo u otro están allí.
Hay edificios en los que nada más entrar, parece que los libros te susurren, te hablen o te llamen. A veces entras con una idea en la cabeza de lo que quieres leer o llevarte prestado pero acabas guiado porque sí hacia un rincón al que no habrías llegado nunca por ti mismo. Vas pensando en una cosa, luego se te ocurre otra y al final acabas delante de una estantería y te preguntas-¿qué hago yo aquí?, no obstante (y por supuesto) le echas una ojeada a los ejemplares que tienes delante. ¡Y ahí está!, un texto que no andabas buscando pero que él te ha encontrado. A veces dicen que son los libros los que encuentran a sus lectores.